Nuestras relaciones y la vida
El amor según la visión sistémica
Nuestras vidas serían muy tristes si no tuviéramos relaciones con los demás… Las relaciones con familiares, amigos, hermanos, amorosas y profesionales nos integran en una red de intercambios y sentimientos que nos permiten satisfacer una de nuestras necesidades más vitales e instintivas:
La necesidad de pertenencia.
Lejos de ser un largo río tranquilo, algunas de nuestras relaciones nos ponen a prueba, se basan en dinámicas de poder o manipulación que nos hacen sufrir, a veces parecen vacías de significado o basadas en la obligación.
El enfoque sistémico en nuestras relaciones
Según la visión sistémica, todos pertenecemos a sistemas: un sistema raíz, que es la familia de donde venimos, y los sistemas a los que nos unimos o que creamos. Para que estos sistemas sean saludables, es necesario seguir ciertas leyes que regulan el flujo del Amor en las relaciones. Al igual que las leyes de la física, no son visibles pero se sienten, tal y como sus efectos en nuestras vidas. Para que la paz y la armonía prevalezcan, deben respetarse tres órdenes del Amor:
La Jerarquía: quienes llegaron primero son más grandes que los que llegan después y deben ser respetados.
La Pertenencia: toda persona tiene el derecho de pertenecer (a la familia, a un equipo…) y cualquier exclusión generará síntomas.
El Equilibrio: la balanza entre dar y recibir para evitar desequilibrios y dinámicas de poder.
Desde un punto de vista sistémico, nuestras tendencias en nuestras relaciones tienen sus raíces en la forma en que nos enseñaron a relacionarnos en la infancia, siendo la primera y más importante relación: la relación con nuestra madre. Lo que percibimos y sentimos durante esta fusión con nuestra madre, en su vientre y durante nuestros primeros años de vida, influirá en muchas de nuestras elecciones (a menudo inconscientes) en nuestras relaciones futuras. Nuestra madre es la única persona con la que una vez fuimos uno, y también es una figura central en nuestro proceso de individualización, pues representa al primer «otro» distinto de mí mismo.
Fisiológicamente, también tenemos toda la información genética de nuestra abuela, ya que nuestra madre recibió sus ovarios y todos sus óvulos en el vientre de su madre. Las emociones, los acontecimientos y los choques experimentados por nuestra abuela y nuestra madre durante sus embarazos han conformado nuestra forma de sentir el mundo y a las demás personas, incluso antes del inicio de nuestra aventura terrenal.
A esta transmisión, recibida por nuestro cuerpo, creada en un 50% por nuestra madre y su clan y en un 50% por nuestro padre y su clan, se añaden los recuerdos familiares inconscientes de nuestros antepasados. Estos principios epigenéticos, lejos de ser desconcertantes, son los cimientos sólidos de una toma de conciencia de la implicación e influencia de nuestro sistema familiar en nuestras relaciones con los demás, con nosotros mismos y con la vida.
Comprender nuestras relaciones y sistema familiar
Para cambiar la forma en que vivimos algunas de nuestras relaciones, primero tenemos que identificar lo que ocurre para poder actuar… pero comprender no es lo mismo que curar. Todos tenemos ejemplos de dinámicas que hemos identificado y que nos esforzamos por cambiar, pero que persisten a pesar de nuestra voluntad de cambio porque sus raíces son más profundas y su resolución no depende únicamente de nuestra voluntad.
Patrones repetitivos, lealtades invisibles y movimientos vitales interrumpidos circulan en nuestros sistemas familiares desde la noche de los tiempos, y a pesar nuestro, como guiados por una fuerza mayor, nos encontramos una y otra vez en las mismas dinámicas relacionales, experimentando a veces las mismas sensaciones que experimentaron algunos de nuestros antepasados: no ser vista, sentirme excluida, rechazada o sentir que no recibí suficiente Amor…. los escenarios varían, pero las sensaciones se repiten de generación en generación y el campo de dolor se alimenta como un incendio forestal que no se puede apagar. ¿Qué me dicen estas experiencias? Que aún necesito aprender de estas dinámicas, que aún estoy en resonancia con estos campos de dolor, que vibro en la misma frecuencia que mis experiencias. Lo que me resulta demasiado difícil de ver, transformar y sanar en mi relación con mi madre y mi padre, voy a expiarlo en las demás relaciones de mi vida. Así tendré varias oportunidades de evolución personal para transmutar lo que es esencial para mi alma y el alma de mi familia.
Como una tela de araña, nuestras relaciones se despliegan a lo largo de nuestra vida, con nuestras primeras relaciones en el centro, lo que nos permite evolucionar nuestra forma de ser y de sentir cuando hay un «otro».
La relación con nuestros padres no define nuestra felicidad.
A pesar de todo lo que haya podido pasar en tu vida con tus padres, vienes de ellos, de su unión, de su Amor. Te dieron el mayor regalo de todos, ¡la Vida! Viven en ti y a través de ti. Crea un lugar para ellos en el altar de tu corazón. Cualquier dolor vinculado a estas dos relaciones primordiales manchará tus relaciones actuales y futuras si no te detienes a mirar, resignificar y liberar lo que ya has decidido creer sobre ellos, sobre ti mismo, sobre el Amor, sobre la abundancia, la felicidad, la seguridad y la VIDA.
Cada vez que señalo con un dedo acusador a los demás, hay tres que me señalan a mí.
Como adultos, somos responsables de nuestra propia felicidad. Reconciliarnos con nuestros padres y con nuestro pasado conflictivo nos acerca a nosotros mismos y nos da una posibilidad real de realización personal y relacional. Juzgar y acusar a tus padres es como verte a ti mismo como un niño que ha sufrido. Te da la ilusión de un alivio momentáneo, pero te aleja del momento presente, ¡donde la vida está sucediendo! Aceptar lo que ha sido, devolver a los padres sus elecciones, sus límites, sus responsabilidades y su destino, nos libera para convertirnos en nosotros mismos y vivir a nuestra manera. Entonces podré relacionarme con los demás a través de mi verdadero yo y no de un yo deformado, sediento y hambriento que sigue buscando la atención y el amor de sus padres.
Cuanto mejor llene mi propio vaso, más posibilidades tendré de rodearme de personas que también hayan crecido y aprendido a llenar el suyo… ¡y entonces podrá empezar la fiesta!
Afirmación sistémica:
«Mamá, papá, gracias por darme la Vida, haré algo bueno con ella. Me habéis dado lo esencial, el resto lo conseguiré yo mismo».
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