Lo que la ciencia nos dice sobre la epigenética
Ecos del pasado: por qué es tan importante la epigenética
Lo que la epigenética revela sobre nuestra existencia va mucho más allá de los simples códigos inscritos en nuestro ADN. Nos invita a replantearnos la naturaleza misma de la herencia, no sólo la que recibimos, sino también la que transmitimos. La epigenética explora los misterios de los cambios en la expresión de los genes, esas diminutas variaciones invisibles a simple vista que, sin afectar a la propia secuencia del ADN, influyen profundamente en la forma en que nuestras células «leen» e interpretan nuestros genes.
¿Qué es la epigenética?
A medida que la ciencia avanza, arroja luz sobre verdades fascinantes, revelando que lo que experimentamos y sentimos a diario suele tener eco en nuestros genes.
Cada descubrimiento nos acerca a la sutil comprensión de que nuestra naturaleza, lo que somos, no es estática, sino que está en constante interacción con el mundo que nos rodea.
Las últimas investigaciones arrojan luz sobre un hecho inquietante: rasgos tan complejos como nuestro temperamento, nuestra capacidad para resistir las tormentas de la vida, nuestra longevidad e incluso nuestras inclinaciones filosóficas e ideológicas están escritos en parte en nuestro código genético. Pero la historia no acaba ahí.
Si bien nuestros genes nos dan una determinada orientación, son nuestro entorno, nuestra educación y las experiencias que jalonan nuestra vida las que moldean, refinan y, a veces, incluso transforman estas predisposiciones.
De este modo, nos encontramos en la encrucijada de fuerzas invisibles, donde nuestra herencia biológica se encuentra con nuestras experiencias personales, tejiendo juntas un complejo tapiz de lo que somos y de lo que podríamos llegar a ser. La epigenética nos recuerda humildemente que nuestro destino no está totalmente escrito en nuestros genes ni totalmente esculpido por nuestro entorno, sino que se encuentra en algún lugar entre estos dos polos, en el misterioso entretejido de lo biológico y lo vivido.
Ejemplos de epigenética en la ciencia
¿Es hereditario el trauma? Los científicos que trabajan en el campo emergente de la epigenética han sacado a la luz un fenómeno que trasciende el tiempo y el espacio: la idea de que la experiencia y los conocimientos adquiridos por un individuo no mueren con él, sino que continúan más allá de su propia vida. Las experiencias, sufrimientos y alegrías que marcan una vida cambian la forma de ciertos genes, creando un vínculo invisible pero indeleble entre generaciones. Por ejemplo, las penurias soportadas por tu abuela durante la hambruna de la Segunda Guerra Mundial o el trauma sufrido por tu abuelo durante su exilio bien podrían moldear el comportamiento de tus padres y, en última instancia, el tuyo propio.
En los inicios de la epigenética, muchos estudios se llevaron a cabo en modelos animales, como ratones.
Un estudio en particular sacudió los cimientos de la neurociencia cuando se publicó en 2014.
Este estudio demostró que las experiencias de nuestros antepasados podían moldear nuestro comportamiento.
Para ilustrarlo, los investigadores aprovecharon la afición de los ratones a las cerezas.
Un olor dulce, normalmente sinónimo de placer, se asoció a una leve descarga eléctrica, lo que hizo que los ratones temieran este olor, antes agradable.
Lo fascinante es que este miedo, forjado por el dolor, se transmitió a sus descendientes.
Aunque nunca habían experimentado dolor, los nietos de los ratones mostraron una mayor sensibilidad al olor de las cerezas.
¿Cómo fue posible?
El equipo descubrió que el ADN del esperma de los ratones abuelos había cambiado de forma, influyendo en el desarrollo neuronal de las generaciones posteriores, redirigiendo ciertas conexiones de placer hacia las asociadas con el miedo.
A continuación, los investigadores quisieron descartar la idea de que el aprendizaje por imitación pudiera haber desempeñado un papel. Para ello, criaron a algunas crías de ratón en familias de acogida o mediante fecundación in vitro, lejos de sus padres biológicos. A pesar de ello, el miedo al olor de las cerezas persistió, lo que demuestra que la experiencia traumática había dejado una marca indeleble, no por imitación, sino en la biología de estos ratones. Pero no todo es pesimismo: descubrieron que estos efectos podían invertirse. Al volver a exponer a los ratones traumatizados al olor, sin la descarga eléctrica, los investigadores pudieron «curar» a los ratones de su miedo. Sus circuitos neuronales volvieron a la normalidad y las nuevas generaciones ya no heredaron este miedo.
Los investigadores también han explorado cómo el estrés experimentado por una madre puede afectar profundamente a la vida de su descendencia, incluso antes del nacimiento. En un experimento, se expuso a ratas hembras preñadas a un estrés moderado, una situación que simulaba los retos que cualquier futura madre podría encontrar en la vida. Los resultados revelaron que se habían producido modificaciones epigenéticas en los genes de las crías nonatas, con una notable reducción de la metilación en genes relacionados con la respuesta al estrés. Esta alteración, grabada en su código genético, tuvo repercusiones a lo largo de su vida. La descendencia de estas madres estresadas mostró una mayor sensibilidad al estrés. Este descubrimiento pone de relieve hasta qué punto el entorno prenatal puede moldear profundamente el futuro de una nueva vida.
Evidentemente, para estar seguros de estos descubrimientos, era necesario poder estudiarlos en seres humanos. Los estudios realizados con supervivientes del Holocausto y sus hijos revelaron que, efectivamente, el trauma paterno dejaba huellas en las generaciones posteriores. Los cambios epigenéticos relacionados con la respuesta al estrés podían transmitirse, afectando incluso al sistema inmunitario de los descendientes, con implicaciones para la salud mental, como la depresión, la ansiedad, la psicosis y el autismo. Estos estudios revelaron marcas epigenéticas similares en soldados expuestos a traumas de guerra, reforzando la idea de que nuestras experiencias más dolorosas pueden tener repercusiones mucho más allá de nuestra propia vida.
¿Afecta la epigenética a las generaciones futuras?
Lo que experimentamos no sólo da forma a nuestro presente, sino que también deja su huella en nuestros genes, influyendo en los que nos seguirán.
¿Quizás esta toma de conciencia refuerce nuestra capacidad de introspección?
Al comprender el impacto de las experiencias de nuestros antepasados en nuestras propias vidas, ¿podríamos llegar a ser más indulgentes, no sólo con nosotros mismos, sino también con quienes, como nosotros, llevan las marcas de luchas pasadas?
Lo que hoy sabemos sobre epigenética podría transformar nuestra forma de mirar al futuro.
Aunque los traumas pueden dejar huellas duraderas, los valores positivos que cultivamos -confianza, curiosidad, compasión- también pueden moldear favorablemente a las generaciones futuras.
Cada decisión que tomamos, cada acción que realizamos hoy, podría resonar mucho más allá de nuestra propia vida, ayudando a forjar un legado biológico que enriquecerá a los que vengan después de nosotros. En última instancia, la epigenética no sólo nos da una idea de cómo nos moldea nuestra historia genética, sino que también plantea una pregunta fundamental: ¿en qué clase de antepasados queremos convertirnos?
Si nuestras acciones y experiencias pueden transmitirse de generación en generación, resulta esencial cultivar vidas que resuenen positivamente en el futuro.
Porque lo que transmitimos no se limita a bienes materiales o valores culturales, sino que también incluye la esencia misma de lo que somos, inscrita en los genes de nuestros descendientes.
Desde esta perspectiva, la responsabilidad de crear un futuro mejor ya no descansa únicamente en la esperanza, sino en una comprensión ilustrada del poder que tenemos hoy.
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De la memoria celular a la memoria del miedo: Una caja de herramientas epigenéticas para recordar.
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